Sentimiento de no plenitud:
“La tristeza, la inquietud, la ansiedad, el cansancio, la nueva desgracia de verse obligado a huir de noche para buscar a la ventura un asilo de en París para Cosette y para él, la necesidad de adaptar su pasos al paso de una niña, todo esto había cambiado el modo de andar de Jean Valjean." Libro quinto, capítulo “A caza que espera, jauría muda”, página 360.
Libertad:
"Y cosa extraña y que lo hacía meditar profundamente como una advertencia en voz baja de la providencia misma: todos los esfuerzos que había hecho para salir del otro lugar de la expiación, la ruptura de la prisión, la aventura aceptada hasta la muerte, la ascensión difícil y dura, de todos esos esfuerzo que había tenido que hacerlos igualmente para entrar en este segundo lugar. ¿Era acaso éste su destino?
Aquella casa esa también una prisión y se parecía lúgubremente a la otra casa de la que había huido; pero nunca se le había antes ocurrido esta semejanza. Veía allí rejas, cerrojos, barras de hierro, ¿para guardar a quién? A unos ángeles." Libro octavo, capítulo "Clausura", página 428.
Amor:
“¡Oh!, exclamo ¡tráiganla!
¡Emocionante ilusión de madre! Para ella, Cosette era siempre la criatura que se lleva en brazos.
Todavía no - contesto el médico, no en este momento. Aún tiene algo de fiebre. La vista de su hija la agitaría y seria perjudicial. Antes es preciso curarla”. Libro octavo, capítulo “Reacción”, página 222.
¡Emocionante ilusión de madre! Para ella, Cosette era siempre la criatura que se lleva en brazos.
Todavía no - contesto el médico, no en este momento. Aún tiene algo de fiebre. La vista de su hija la agitaría y seria perjudicial. Antes es preciso curarla”. Libro octavo, capítulo “Reacción”, página 222.
Religión:
“Oraba así, arrodillado ante esta hermana. Parecía que no se atrevía a arrodillarse directamente ante Dios”. Libro octavo, capítulo “Los cementerios toman lo que se les da”, página 429.
Espiritualidad:
"Marat se olvida de sí mismo, como Jesús. Se dejan de ladoa sí mismos, se omiten, no piensan ya en ellos. Ven algo más que ellos mismo. Tienen una mirada que busca el absoluto. El primero tiene todo el cielo en sus ojos; el último, por enigmático que sea, tiene aún bajo el párpado la pálida claridad del infinito." Libro séptimo, capítulo "Patrón-Minette", página 536.
Naturaleza:
"El cuadro de tierra que él llamaba su jardín era célebre en la ciudad por la hermosura de sus flores, que él cultivaba.
Afuerza de trabajo, perseverancia, atención, y cubos de agua, había conseguido inventar algunos tulipanes y ciertas dalias, que parecían haber sido olvidadas por la naturaleza." Libro tercero, capítulo "El abuelo y el nieto", página 459.
Desacuerdo con el mundo:
"Ante todo, antes de examinarse y de reflexionar, alocado, como alguién que intenta salvarse, trató de encontrar al niño para devolverle su dinero; luego cuando se dio cuenta de que aquello era imposible, se detuvo desesperado. En el momento en qye exclamó: "¡Soy un miserable!", acababa de darse cuenta cómo era. Estaba ya, en aquel instante, a tal punto separado de sí mismo, que le parecía que no era más que un fantasma y que tenía delante de sí, en carne y hueso, con el bastón en la mano, la blusa sobre su piel y el saco lleno de objetos robados sobre la espalda, con su rostro resuelto y taciturno, y su pensamiento lleno de proyectos abominables, al repugnante presidiario Jean Valjean." Libro segundo, capítulo "El pequeño Gervais", página 95.
Interes por la historia y el desarrollo del nacionalismo:
"La guerra de 1823, atentado contra la generosa nación española, era al mismo tiempo un atentado a la Revolución francesa. Era Francia quien cometía esta monstruosa agresión; por fuerza, por que aparte de estas guerras liberadoras, todo lo que hacen los ejércitos lo hacen por la fuerza. La frase obediencia debida lo indica." Libro segundo, capítulo "De cómo era preciso que la cadena de la manilla hubiera sufido alguna operación preparatoria para romperse así de un martillazo", página 286.
Exaltación del yo:
"Había casi divinidad en aquel hombre tan augusto.
Jean Valjean estaba en la sombra, con su punterola de hierro en la mano, de pie, inmóvil, azorado ante aquel anciano resplandeciente. Jamás había visto nada semejante. Esa confianza lo asustaba. El mundo moral no puede presentar espectáculo más grande: una conciencia turbada e inquieta, próxima a cometer una mala acción, y contemplando el sueño de un justo.
Ese sueño, en aquel aislamiento y con un vecino como él, tenía algo de sublime, que él sentía vaga, pero imperiosamente." Libro segundo, capítulo "Lo que hace", página 87.
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